Integraban el cuerpo de guardia de los reyes persas y se consideraban la reencarnación de las divinidades con alas que servían al dios Ahura Mazda. Fueron armados por el rey Ciro II (559-529 a. C.) y constituyeron el primer cuerpo de custodios reales documentado de la historia.
Aquellos 10.000 guerreros, que eran los mejores combatientes, debían medir 1,60 metro como mínimo, lo que era una altura muy considerable en aquella época. En los campos de batalla, los Inmortales se distinguían por su variado armamento: un arco, una lanza larga, un cuchillo y una espada de hierro. Llevaban una espectacular coraza de escamas de oro y trajes con hilvanes de hilo dorado.
Se les denominaba Inmortales porque cuando uno de ellos caía en combate lo sustituía otro de la misma talla dando la impresión de que nunca morían. Participaron en la batalla de las Termópilas (siglo V a. C.) junto a los 250.000 hombres de Jerjes.
Aquella formidable fuerza se enfrentó a los escasos 7.000 soldados del ejército griego, a los que se sumaban los 300 espartanos que componían la guardia personal del rey Leonidas. Fueron estos 300 los que resistieron como héroes el ataque final de los Inmortales.
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