Una de las más curiosas y originales profesiones desempeñadas por las mujeres del antiguo Egipto era la de plañideras, un oficio que consistía en que cuando una persona fallecía, eran ellas las encargadas de dejar constancia pública del duelo de los familiares, para lo cual formaban parte del cortejo funerario, y demostrando consecuentemente con su presencia el importante nivel de status que habría llegado a alcanzar en vida la persona objeto de sus sollozos.
La manera en que manifestaban el dolor era variada: a través de lamentos, (que podían adoptar incluso la forma de gritos estentóreos y descontrolados), dándose golpes en el pecho, (el cual a veces dejaban al descubierto), echándose tierra sobre la cara, cabeza y cuerpo, (tratando con ello de ocultar la presumible belleza externa), o tirarse con energía de los cabellos, (despeinándolos, o incluso arrancándolos); es decir, en conjunto manifestando una conducta que diera sentida cuenta del profundo dolor que implicaba la pérdida de un ser querido, a través de un comportamiento claramente atípico y alejado del estado sosegado y tranquilo que era normal en la vida cotidiana.
De igual modo (y como complemento a lo anterior), las plañideras también se distinguían por otra serie de detalles externos y visibles, como eran el que iban ataviadas con un tipo de vestido especial que solía ser de color gris azulado, (color que se empleaba para mostrar los sentimientos de dolor en el área hoy conocida como Próximo Oriente), mostrando el cabello largo y suelto por la espalda formando mechones, marchando descalzas por el camino que conducía al finado a su última morada, o incluso apareciendo desprovistas de cualquier adorno personal que como detalle frívolo pudiese quitar solemnidad al cortejo.
En cualquier caso (y al margen de los apuntes formales anotados en los párrafos precedentes), es de destacar que la presencia de las plañideras en una ceremonia fúnebre iba más allá de lo que en principio y visto desde el exterior podría considerarse como una pura figuración teatral, ya que todo parece indicar que su actuación era de igual modo parte de un complejo ritual en el que los lamentos se mezclaban con las oraciones de los sacerdotes, así como con las danzas ejecutadas por otros participantes, tratando todo el conjunto de llamar la atención de las divinidades, quienes de este modo protegerían al difunto en su arduo y peligroso viaje hacia el Más Allá.
La profesión de plañidera, (que siempre se desarrollaba en grupos), solía trasmitirse de madres a hijas, por lo que es habitual encontrar en las pinturas que muestran a las representantes de esta profesión a niñas pequeñas ejerciéndola, niñas que presumiblemente estarían aprendiendo el oficio de sus mayores, y que actuando desnudas se distinguen no solo por ser mostradas con un tamaño considerablemente menor al de sus compañeras adultas, sino por llevar a un lado de la cabeza una especie de rizo que suele denominarse como trenza de la juventud.
Escenas significativas de plañideras ejerciendo su oficio se pueden encontrar por ejemplo en las paredes de diversas tumbas del Reino Nuevo, siendo la más famosa de todas la del visir de Amenhotep III, Ramose, y entre las que también se pueden destacar las de un escriba real llamado Jaemhet, quien ostentó el cargo de Supervisor de los Graneros del Alto y del Bajo Egipto durante el mismo reinado del anterior, o en las de dos escribas de Amón, Hori y Neferhotep, quienes vivieron el primero en época ramésida, y el segundo probablemente durante el gobierno del faraón Ay, unas escenas en las que merced a ciertos detalles aparentemente nimios algunos autores han llegado a deducir sin embargo hechos elocuentes, como el que cuando colocaban las palmas de las manos hacia arriba indicaban con ello un lamento, mientras que cuando las dirigían hacia abajo al tiempo que extendían los brazos era más bien una forma de rogar por el alma del difunto.
Fuente/www.arqueoegipto.net
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